Una película en proceso, un director en crisis, un rodaje que nunca tendrá lugar, un ensayo se repite, una actriz, una escena de desnudo, se repite.

Un comienzo in media res, un plano, el primero de 17 que componen el conjunto, que es todo un manifiesto como el resto del filme. Un arte, un lenguaje pero también una técnica, y no es el lenguaje quien muere sino la técnica quien está en vías de extinción.
Porumboiu rinde así homenaje al cine, ese misterio que nos miente 24 veces por segundo. De eso nos quiere hablar, de la muerte del cine analógico y del paso al digital, y lo hace a través del mismo cine por lo que la duración de cada escena la determina la largura de las bobinas.
La película cita a Antonioni, el cineasta con manos de pintor que decía sobre la aparición del video: «Eso no es cine, es pintura» y será esta «pintura digital» quien va permitir al protagonista manipular las imágenes de una endoscopia. Una elegía y una apuesta, capaz de volver a la nostalgia innovadora. Retomando la expresión de Holderlin, «Allí donde crece el peligro, crece también la salvación».
Por Nicolas Marín